miércoles, 9 de octubre de 2013


MEDIOS Y COMUNICACION

¿La gente cree lo que ya sabe?

La novela de Umberto Eco titulada El cementerio de Praga le sirve de pretexto a Carlos Valle para preguntarse si la gente cree solamente lo que ya sabe y asegura que, con una estructura mediática concentrada, la mentira se ha erigido como un recurso normal y aceptable.

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http://www.pagina12.com.ar/commons/imgs/go-gris.gif Por Carlos A. Valle *

¿Por qué Umberto Eco ha escrito El cementerio de Praga, novela, plagada de traiciones y ambiciones de poder sin límites? ¿Está tratando de hacer un paralelismo con el tiempo presente? ¿Es de alguna manera un subterfugio para hacer críticas hondas que encuentran en la fórmula ficción-historia real un camino para obturar la resistencia de los prejuicios? Aun sin conocer la respuesta de Eco, se puede inferir que nada de lo que se narra está alejado de los días presentes.

Simonini es el audaz embaucador y falsificador de documentos carente de todo escrúpulo, que relata esta historia ilustrada con hechos de la Europa de fines del siglo XVIII. Este sórdido personaje va creciendo a medida que incrementa sus relaciones y sus urdidas traiciones. Fabula historias que destruyen famas y crea nuevos enemigos que llegan a poner en peligro la estructura social.

Los recuerdos de sus fechorías tienen muy marcadas connotaciones religiosas exaltadas en el relato. Las descripciones de sus tejes y manejes, las sórdidas conspiraciones para lograr sus fines, las extrañas ceremonias religiosas sacadas a la luz acentúan la influencia de estos grupos en la estructura y funcionamiento de buena parte de la sociedad europea. “Los hombres nunca hacen el mal de forma tan completa y entusiasta como cuando lo hacen por convencimiento religioso.”

La influencia que se atribuye a estos grupos tiene enormes dimensiones. El título de la obra se centra en lo que se cuenta como una conjura de cierto cónclave internacional de rabinos cuyas decisiones y alcances van variando según se cuente la historia, y de quién pretenda sacar rédito de la misma. Simonini reflexiona que la validez de las intenciones de dominación tiene su base en que “la gente cree sólo lo que ya sabe, y ésta era la belleza de la Forma Universal del Complot”.

La tendencia relativista que ha inundado a la consideración de toda idea o tradición ha perfeccionado la preponderancia de la ficción como instrumento para erigir dioses, destruir fundamentos, fantasear situaciones y proyectar miedos e inseguridades. “Es preciso que las revelaciones sean extraordinarias, perturbadoras, novelescas. Sólo así se vuelven creíbles y suscitan indignación.”

La creciente y cada vez más concentrada estructura mediática ha permitido que algunos de estos “cementerios de Praga” hayan prendido en el corazón de la sociedad. Como pensaba Michel Foucault, el poder moderno se esparce en la sociedad y la somete porque mayormente la consiente. Así, el tema de la seguridad en el mundo se enmarca en la lucha contra fuerzas explícitamente demonizadas, lo que acentúa la aceptación de mayores medidas de prevención que comprende el control de la sociedad.

Por eso, la mentira se ha erigido como un recurso normal y aceptable. Hay políticos que ofrecen aquello que saben no van a poder o querer otorgar. Los medios tuercen las historias, cortan y editan las imágenes y las declaraciones. No hacen falta hoy Simoninis con la habilidad de fraguar documentos. El lenguaje de los medios ha ido instaurando instrumentos de sospecha sobre hechos o antecedentes junto a determinados calificativos para denostar o fabricar héroes. Los poderes dominantes instruyen a los medios sobre acontecimientos bélicos o la situación de las finanzas y su alcance. La ficción se ha erigido en la pauta cierta e indiscutible.

La historia de los Simoninis modernos constata reiteradas y cada vez mayores felonías que han llegado a ser como una espiral que se aleja cada vez más de la realidad como una ficción sin retorno. La historia de la humanidad ha seguido su curso y la espiral también parece seguir un camino ineludible. La resignación a los poderes que subyugan es una tentación muy grande que intentará acrecentarse mientras haya un Simonini a su servicio.

Simonini, como todo truhán, acumula traición tras traición. Según la ocasión, cambia de amo a quien servir. Cuando busca la oportunidad de liberarse le fuerzan a hacer una última asistencia. Como en los códigos mafiosos, se trata siempre de algo grave, difícil de llevar a cabo y sin retorno. El complot termina fagocitándose a sus propios protagonistas.

Para enfrentar a los Simoninis de este tiempo, la sociedad democrática tiene que crecer y desarrollarse poniendo a la comunicación al servicio de comunidades libres, pacíficas y justas. Es así que puede trabajar para el pleno ejercicio de los derechos de comunicación, desarrollar su cultura, dar lugar a la voz de los acallados y desenmascarar los falsos ídolos impuestos por el poder de la ficción. Mientras permanecemos en tinieblas la irrupción de la luz suele ser, antes que nada, una herida punzante. Pero, quien quiera ver aprenderá muy pronto el saludable poder curativo y creador de su presencia.

* Comunicador. Ex presidente de la Asociación Mundial para las Comunicaciones Cristianas (WACC).

 MEDIOS Y COMUNICACION

Rectificar, responder

Para Sebastián Castelli, una sociedad desinformada no es plenamente libre y sostiene que el derecho a la rectificación es un aporte central para revitalizar el derecho no sólo a difundir, sino también a buscar y recibir informaciones.

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http://www.pagina12.com.ar/commons/imgs/go-gris.gif Por Sebastián Castelli *

Katharina Blum conoció en una fiesta a un joven con quien pasó la noche. Por la mañana la policía la despertó. Buscaban a su ocasional pareja por asesinato, y –de paso– a Katharina por cómplice. Si bien la señorita Blum no tenía relación alguna con el crimen, cierta prensa se interesó en ella. Un diario no dudó en aniquilarla con minuciosidad quirúrgica a base de tergiversaciones y falacias.

Las desventuras de la muchacha son producto de la imaginación del Nobel de Literatura Heinrich Böll quien, bajo el título El honor perdido de Katharina Blum, escribió una controvertida novela. En las páginas iniciales aclaró: “Las personas que se citan y los hechos que se relatan son producto de la fantasía del autor. Si ciertos procedimientos periodísticos recuerdan los del (diario alemán) Bild-Zeitung, el paralelismo no es intencionado ni casual, sino inevitable”.

El libro empieza con un desenlace mortal, polémico y muy cuestionado en los meses posteriores a la publicación, en 1974. Luego Böll relata el calvario de Blum, quien no pudo rectificar o responder en tiempo y forma las informaciones erróneas que la destruyeron.

Las noticias inexactas no sólo afectan a la persona aludida sino que generan perjuicios en la sociedad toda, que recibe una versión distorsionada o incompleta. Por eso la rectificación o respuesta es un derecho individual y colectivo al mismo tiempo. Su utilidad está orientada tanto a la preservación del damnificado, como a la satisfacción del público. Consagrado en el artículo 14 del Pacto de San José de Costa Rica, tiene jerarquía constitucional desde 1994. Establece que las personas afectadas por informaciones inexactas o agraviantes emitidas en su perjuicio pueden rectificar o responder en el mismo medio de difusión donde fueron publicadas.

Los alcances de su vigencia fueron convalidados por varios pronunciamientos de la Corte Suprema de Justicia de la Nación. También en 1986, la Corte Interamericana de Derechos Humanos estableció que los Estados Partes de la Convención –tal es el caso de Argentina– “tienen la obligación de respetar y garantizar su libre y pleno ejercicio”. En esa línea añadió que, al estar reconocido en el artículo 14, inmediatamente después al referido a libertad de pensamiento y expresión (artículo 13), queda evidenciada la indivisible relación entre ambos (Opinión Consultiva OC-7/86). El derecho de rectificación o respuesta no es patrimonio exclusivo de los países que suscribieron el Pacto de San José de Costa Rica. Se lo encuentra además a nivel legislativo o con rango constitucional en Suiza, Bélgica, Austria, Francia, Dinamarca, España, Portugal, entre otros.

Algunos medios lo han tachado de inconstitucional. Si bien tiene reconocimiento internacional, interamericano, y se encuentra incorporado a nuestra Constitución, tozudamente argumentan que su aplicación pone en jaque a la libertad de expresión. Sostienen que propicia la autocensura, ya que para evitar verse obligados a ceder espacios para una respuesta, el editor decidiría no publicar nada. A esta curiosa argumentación suman que la rectificación, al quedar el costo de la publicación a cargo del medio, lesiona uno de sus más preciados derechos: la propiedad.

Silenciado el debate por intereses corporativos que se oponen al derecho a rectificar, Argentina no cuenta con una reglamentación que determine requisitos y procedimientos para su aplicación. Tamaña falencia hace que quien desee rectificar informaciones inexactas –subrayamos “informaciones”, y no “opiniones”– emitidas en su perjuicio, quede a merced de la buena voluntad del editor del medio de comunicación. O deba someterse a farragosos entuertos judiciales. Entonces, la necesaria discusión, estudio y reglamentación de la rectificación o respuesta pondría fin una arbitrariedad que sufre el derecho a la información: la dependencia del humor editorial o de la celeridad judicial para hacer uso de un derecho constitucional.

Cuando se establezcan condiciones para su pleno ejercicio, Argentina cumplirá con el compromiso asumido en 1994 al ratificar la Convención Americana sobre Derechos Humanos. Y el público podrá –en las circunstancias que así lo ameriten– ver ampliado el espectro informativo. Se trata, en definitiva, de un aporte central para revitalizar el derecho no sólo a difundir, sino también a buscar y recibir informaciones.

* Investigador, docente. Facultad de Periodismo y Comunicación Social, UNLP.

 

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