miércoles, 14 de mayo de 2014

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La amabilidad de los nerds
Martín Santos advierte sobre realidades y mitos del desarrollo tecnológico construido y relatado desde los países centrales y pide promover experimentos de innovación tecnológica que generen aquí mecanismos y sistemas para sustituir importaciones dentro de la experiencia

http://www.pagina12.com.ar/commons/imgs/go-gris.gif Por Martín Santos *
El estado del arte tecnológico nos machaca con los detalles de las carreras brillantes de jóvenes audaces que exclusivamente en el mítico Silicon Valley pueden producir la alquimia de sensibilidad artística y rigor técnico que hoy domina los sistemas de atención del tercio del Globo conectado a Internet.
Conocemos de memoria los ejemplos de vida de las biografías de Steve de Apple, Bill de Microsoft, Mark de Facebook, Sergei y Larry de Google, los adolescentes hipertalentosos de Twitter y los nuevos que se suman cada año al relato épico de jóvenes genios multimillonarios que no cesan de innovar para mostrarnos la última novedad de pasado mañana, de la misma manera que hace veinte años, en la era broadcast, el star system escupía cíclicamente un Michael Jackson por temporada.
Cambian los gobiernos, quedan los artistas y los lobbistas... y las maquinarias que los reproducen. Cambia la tecnología, sus usos y costumbres, pero la misma intención precede las innovaciones: vender mercancías en la mayor cantidad de mercados posibles; o sea, ofrecer un modo de vida, una cultura pop para sostenerse; un tótem donde rascarse, un sistema simbólico más o menos ordenado con el que cubrirse; en definitiva, otro cambio de vestuario más con que el marketing se traviste para vender productos en piel de cultura.
La autoestima de las regiones del mundo que viven lejos de la Costa Oeste americana se escurre por el piso cuando piensa en sus posibilidades concretas de resistir a este dominio total de los grandes del software.
¿Cómo competir con los mayores talentos del planeta y sus posibilidades? Su audacia y el cereal con el que desayunan en las mejores universidades del mundo les permiten resolver problemas intrincados con el buen gusto y el sentido de oportunidad que justo el usuario promedio mundial necesita... El entusiasta tecnológico latinoamericano se encoge de hombros y decide emplearse para alguien, dedicar su vida a dar servicios profesionales, resignar la innovación y la creatividad asociada a su tarea tecnológica para formar parte de los trabajos grises de la tecnología, el proletariado que mantiene los fierros que otros usan para divertirse.
El emprendedor latinoamericano accede a trabajos relativamente bien pagados en el mercado pero pocas veces son creativos o revolucionarios o innovadores. El sueño libertario y las prácticas emancipatorias autorizadas por las nuevas tecnologías se apagan, sólo puede haber creadores en Eldorado de la tecnología: Silicon Valley. Algunos afortunados cruzarán el continente y vivirán la vida de los dichosos habitantes globales que rigen el mundo en monopatines, autos eléctricos y viven vidas creativas y autosuficientes... Eldorado... donde Pasan Las Cosas... y tienen la amabilidad de twitteárnosla en tiempo real.
Demasiado exitoso y exclusivo para ser cierto. Se llenan los diarios de artículos con interrogantes solemnes del tipo: ¿Es posible crear otro Silicon Valley? Y la academia no sospecha con el mismo entusiasmo de esta construcción mitológica como sí lo hizo con el Pato Donald en los ochenta. Desbaratar las formas de la innovación debería ser una prioridad para la academia y para el país si quiere formar parte activa de esta tecnoesfera que no vende simplemente historias de éxito con súper talentos millonarios, sino sistemas operativos de control y comunicación “gratuitos” para los ciudadanos del mundo que estén conectados a Internet. Utilizando como mecanismo de control un discurso continuamente desmoralizante ante cualquier emprendimiento que se aleje de su centro; práctica que repite y hasta exagera esa rara avis informe que es el nuevo sentido común para reforzar las tesis más locas: lo que dicen las redes, que no es más que la canchereada de los nabos en foros y redes sociales que se ríen de las prácticas primitivas de apropiación de las herramientas haciendo el caldo gordo al statu quo que rige los grandes de la tecnología. La revolución comenzará con la amabilidad de los nerds.
El gobierno argentino invirtió en los años recientes como nunca antes en la historia del país: caños de fibra óptica, las netbooks en las escuelas, Ministerio de Ciencia y Tecnología. Es hora de aprovechar los años de política tecnológica y hacerlos prodigiosos en experimentos, riesgos, innovación tecnológica aplicada a la industria, al entretenimiento y a de-
sarrollar formas de protección cultural a través del software abierto. Generar mecanismos y sistemas para sustituir importaciones dentro de la experiencia de usuario digital, que es quizá donde se producen las disputas del porvenir y es donde el Estado y las políticas públicas ceden el mayor de los terrenos.
* Desarrollador de software, periodista.
MEDIOS Y COMUNICACION

La ideología del sentido común

Para Marta Riskin, sobre la voz monocorde de los medios hoy el sentido común se ha reciclado como ideología universal e instala al miedo y la soledad como respuestas; frente a ello la réplica debe ser la construcción colectiva del sentido.

http://www.pagina12.com.ar/commons/imgs/go-gris.gif Por Marta Riskin*
“Pues así es –respondió Sancho– ... no hay sino obedecer y bajar la cabeza atendiendo al refrán...” Don Quijote de la Mancha, 2ª parte
Según el imaginario escolar de la cultura global, la historia del mundo podría dibujarse como una línea ascendente en perpetuo progreso, con alguna que otra cresta excepcional y hechos clasificados entre dos polos de celosa extremadura: radiantes tiempos de gloria y épocas infames, gracias a héroes sin tacha o culpa exclusiva de líderes perversos.
En ausencia del Pueblo, el gran relato digiere los acontecimientos sociales y políticos como ajenos o alejados al interés popular y, mediante técnicas e imágenes semejantes en todos los idiomas, construye, incansablemente, sentido común.
El paradigma más tradicional de ser y estar en el mundo ya no pertenece a cada cultura sino a la “Gente”, pero continúa ignorando el poder de las gestas colectivas, administrando la resolución de muchos problemas personales o comunitarios y ajustando las percepciones a una presunta única realidad.
Sobre la voz monocorde de los medios, el sentido común se ha reciclado como ideología universal e instala hoy al miedo y la soledad como respuestas.
El estímulo de violencias públicas y privadas es oscuro y penoso. Se trata de exaltar los beneficios de lucrar y burlarse de las debilidades del prójimo y, al mismo tiempo, de desligarse de delitos y discriminaciones inducidas, considerándolos enfermedades inexplicables.
Requiere gran esfuerzo que el sexto sentido conserve resonancias de eternidad. Debe adjudicarse al trabajo intelectual desde la creación de conflictos y conspiraciones al asesinato de inocentes ilusiones y, al mismo tiempo, reconvertir tradiciones ancestrales en productos de consumo.
Sin embargo, ya no es posible ocultar que su prestigio se sostiene sobre el desconocimiento humano de las fuentes de su diseño.

El sentido común jamás fue neutral

A través de la historia, las ciencias sociales siempre reconocieron la funcionalidad del sentido común para perpetuar las relaciones de poder y las instituciones que las reproducen. Desde los inicios del siglo XIX, y con los medios masivos de comunicación acompañando las luchas por el control global de los mercados, se incrementaron sus aplicaciones.
Aprovechando los viejos mecanismos silenciosos ya instalados en individuos y comunidades fueron reforzados los libretos –psicológicos, filosóficos, etc.– que mantenían a cada quien en el rol preasignado y ratificaban las sanciones a quien cuestionaba el guión.
Recién empezaría a perder cierta autoridad con el señalamiento de contradicciones en refranes, textos literarios o de frases hechas que se reducían al ritmo y sonoridad de las palabras.
Sin embargo, apreciar la intencionalidad e intereses en juego, a través de frases como “el que las hace, las paga”, continuaría siendo arduo.
Aunque el descubrimiento de vínculos sutiles entre el poder real y el simbólico exige oficio y tiempo para observar y reflexionar al respecto, la mayor dificultad para evaluarlos es el involucramiento emocional del observador.
Por caso, economistas y políticos no suelen relacionar el valor de ahorro que el mercado otorga a una moneda de papel con los atributos de un George Washington o los significados culturales de la capacidad de cotizar hasta en los antípodas del planeta.
La tormenta de arena pasa, las estrellas perduran
proverbio africano
A pesar de sus legendarias contradicciones y dudosa asertividad, el sentido común aún mantiene la adhesión de sus seguidores.

Registrarlo como ideología y fenómeno cultural no sólo permite identificar a los manipuladores de emociones, sino distinguir entre líderes y jefes de rebaños o entre quienes menosprecian la justicia y sus víctimas y rehenes. Muy especialmente, ayuda a repensar su vigencia como autoridad externa y abstracta para buena parte de la humanidad y recuerda algunas de sus múltiples funciones.

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